martes, 18 de marzo de 2008

El Árbol




Aquella historia surgió de un rompecabezas de rumores inéditos que la gente enmarcaba con un brillo de leyenda. Lo escuché de gente anciana, de hombres de rasgos toscos y mirada seca, de expresivos movimientos de manos y de corto genio. Mientras sus nietos corrian por la polvorienta calle atados a un volantín, aquellos ancianos ya jubilados de una empresa de construcción que ya olvidaron, se armaron de valor para contarme acerca del Árbol.Mi nombre es Xandor Camus, vine hasta estos apartados rincones del país en busca de paz para mi conciencia. Hace algunos meses habia perdido a mi hijo mayor Zagiel en circunstancias de las que no deseo hablar esta vez... me separé de mi esposa ya que ella no resistió la clase de vida que presidió a la muerte de nuestro hijo, sin embargo, debo confesar me siento más cerca de lo que soy estando ella lejos, más debo lamentar el que mis dos hijas menores ya no estén a mi lado. Continué mi camino de redención hasta la ciudad de Ancúd cuando oí hablar de una extraña leyenda local que identificaba a un pueblo pequeño y una horrible maldición. Tras la generosa invitación de una ronda de vino me hablaron del tema, tres ancianos me hablaron acerca de lo que vieron, lo que oyeron y lo que no se sabe acerca del Árbol.Era un pueblo pequeño, habia llegado en aquel entonces la revolución industrial con la inauguración de la linea ferroviaria que comunicaba el pueblo con Ancúd, su vecina más cercana a 80 km., con ello se dejaban atrás las brujas, los duendes y otras leyendas que los ancianos se sentaban a contar, acompañados por el calor de un brasero.Se estaban realizando grandes cambios en el pueblo: pavimentación de calles, ampliaciones y nuevas aulas en los colegios y la plaza no se quedaba atrás, a excepción de un moribundo y horrible fantasma del pasado, algo que no podía denominarse de otra forma que el Árbol. Victima del depredación de los insectos, el viejo árbol se sugetaba con algo más que las retorcidas raíces que arañaban la tierra, era algo más que tronco viejo y ramas muertas.Sus testigos lo sabían, los niños que, inquietos trataron de subir a sus ramas y que ahora pululan en las calles postrados en sillas de ruedas, esas madres lo sabían, ellas se quedaban a observar la rama que dejó caer a su pequeño y luego, como reviviendo aquel desgarrador capitulo, caminaban hasta el cementerio donde duermen sus pequeños. Sin embargo otros solo se han encargado de aborrecerlo unicamente por su detestable aspecto.¿Qué se podria hacer? ¿cortarlo? Borrar su repulsible aspecto que cada mañana asediaba a los ciudadanos... eso era deber del alcalde... o... ¿por qué no? también del electo a alcalde. Ese hombre gordo que todas las tardes se paraba frente a la ventana, observando con cuidado, cientificamente, cada queja de los votantes que se sentaban a darles migas a las palomas, o que iban presurosos a a sus empleos en la nueva fabrica de metalurgia. Aquel hombre un dia tomo su sombrero y su lustrosa chaqueta la que decoró con una tupida flor y salió a la calle presto a ejecutar su más acertada estrategia política . Prometió la caida de ese fantasma arraigado en la agonía de sus raices si era elegido Alcalde.Todos los del pueblo lo conocían como un ejemplar hombre de negocios: -“Él por lo menos salda sus deudas”.- Comentaban los lugareños. "Lo prometido es deuda” decía el slogan de su campaña.La promesa estaba hecha pero el precio.. ¿alguien habría imaginado el precio a pagar? Todos estaban dispuestos a pagar cualquier precio por “mejorar” la apariencia de aquella plaza. Las apariencias, la imagen, ese era el punto. La venganza era asunto de unos pocos pero la apariencia era el motor fundamental de las intenciones de la gente de ese pequeño pueblo con delirios de grandeza y civilidad. -“Imagínese lo que habria sentido ese árbol al escuchar esas palabras: Voy a talar ése arbol”.- Agregó otro de los ancianos que escuchaba a mi relator.Esa noche fue como todas en el pueblo, solo que con un leve clima de alivio más que ansiedad, eso por que la mañana siguiente sería cortado el legendario y desagradablemente cotidiano, seco árbol... Uno de los ancianos perdió la mirada en un perro que, cogeando, gruñía acusando a un niño que acostumbraba lanzar piedras con una honda... con voz tétrica me advirtió: -“La naturaleza no es lesa, si la cuida lo premia con su belleza. Si le hace daño, ella se la va a cobrar y usted va a pagar, oiga”.-La siguiente alborada fue negra para algunos y radiante para otros, ya que lo que antes era un viejo y esquelético tronco seco, ahora era un árbol rebosante de color y frutos. Si, frutas, muchas de elllas aglutinando las canastas de las ancianas que solían sembrar en las praderas que hoy el cemento cubre. Por cada fruto que caía del árbol dos más aparecían y éstas caían por docenas, veintenas y treintenas, multiplicándose... como si el árbol hubiera agradecido el odio que la gente le manifestara. ¿lo estaba? ¿estaba agradecido? O es acaso que el tronco seco de ramas viejas, otrora secas, maquinaba algo horrible.Esa tarde todos comieron de los frutos excepto un joven que dejaba en ese momento el pueblo para estudiar en la gran ciudad en el tren de la mañana camino a Santiago, su madre sin embargo alcanzó a sacar algunos de los frutos, para llevarselos a su hijo que ya estaba en la estación. Lo que ocurrió la noche de aqel dia en que el árbol floreció sólo queda bajo el velo de las especulaciones. -“Si usted desea saber lo que le pasó a sea gente, esa noche terrible, joven, preguntele al caballero ese, el abogado que está allá sentado. Si, si, el manco”.- Me dijo el anciano mientras su mirada acusaba mi curiosida d que le producia escalosfrios. Finalmente agregó: -“A ese tiene que preguntarle por que no le voy a repetir lo que me dijo ese viejo loco, noo”.- Luego guardó silencio.Mi insistencia y un buen vino tinto vertido en dos botellas una noche ablandaron al viejo cerrado y continuó : Varias decadas después, tal vez medio siglo despues... una empresa constructora que estaba hurbanizando los campos hacia el norte se encontró con un pueblo abandonado.Hay detalles que no coincidían con la primera parte del relato, el hecho de que habia ocho árboles en la plaza principal del pueblo, los unicos ocho árboles que quedaron tras las obras públicas que el progreso trajo con el tren. El anciano jubilado de aquella empresa constructora asintío con la cabeza y respondió: “Si, habían ocho arboles en la plaza, tal como los otros le contaron a usted, ahora si eran los unicos no lo sé, yo llegué muchos años después. Como le digo, cuando llegamos el pueblo estaba lleno de árboles y todos se retorcían hacia la plaza, estaba por todos lados como plantados por un loco...”.- Se detuvo por un instante, bebió un buen trago de vino, y se levantó de la mesa. Le detuve del brazo , sabia que no era todo lo que podía hablarme ese anciano, él no solo oyo lo que el pueblo vivió esa noche que el árbol floreció, no llegue hasta los confines del sur sólo para oir un cuento a medias. Así entendiendo esto el viejo con rabia prosiguió:-“Sí oiga, el árbol viejo estaba allí pero todos los arboles cuando el jefe de obras dijo que empezariamos a talarlos la mañana siguente cuando trajeran la maquinaria... todos los árboles , todos.. los que estaban en la plaza, en la vereda, ¡y los que estaban dentro de las casa florecieron todos!! Ese tiempo yo no sabia la historia del pueblo, nadie oyó la historia, lo que le pasó al pueblo, nada, nada. Asi que cuando el Reinoso llegó con una canasta de higos...”.- El anciano se derrumbo en la silla extenuado por el tormento, a lo que pregunté :-“¿por qué no comió?”. Y el respondió como haciendo entender a un niño profiado : -“Por que por gracia del Señor me caían mal los higos”.-Y sin dejarlo ir, le detuve nuevamente para que respondiera de una vez:-“Y los otros que comieron ¿qué sucedió con ellos”.- El anciano volvió la mirada y lo ultimo que me dijo, antes de callar para siempre, fue:-“Pregúntele al manco”.-

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