lunes, 24 de marzo de 2008

EL TESTIMONIO DEL ABOGADO MANCO

Ahora después de años trascurridos desde aquel insidente que trastornó mi vida para siempre, he cobrado el valor apra hablarle a usted y al resto acerca de la maldición que cobró la vida de todo un pueblo y casi la mía. Le hablaré, señor acerca del árbol.
sepa usted, señor , que fuí abogado en mi juventud y que mi mente esta aún muy clara como en aquel entonces antes de ejercer.

Muy joven, cuando mis inquietudes me llevaron a un tren hacia Santiago, se hayaba este miserable pueblo que estaba por ver los umbrales del siglo XX, un pueblo que por causa de la codicia de un postulante a alcalde , cayo en la más horrible desgracia... bueno quizás usted ya le habrán explicado de qué se trata.

Fue aquella tarde en que abordé el tren llevado conmigo una canasta que mi madre llenó con esas extrañas naranjas.
Continué mi viaje al sur , hacia Santiago, allí me esperaría en casa de una tía quien me recibió en el terminal con los brazos abiertos. No consumí las narajas hasta horas después, cuando me ví aliviado del agotador viaje en tren hasta la ciudad, encontrandome en la habitación que prepararon para mí.

una vez que recuperé fuerzas quice ver algo de la belleza en el lugar, y lo hayé mientras comía un gajo de una de las naranjas. Ella me comentó de forma discreta que le gustaban las frutas, mientras esperaba a mi tía desde el recibidor, su nombre era Constanza Balmaceda, una bellamosa joven que visitaba a mi tía en agradecimiento por los servicios que ella prestó a la familia Balmaceda, practicamente crió a la joven Constanza durante toda su infancia, algo ella ha agradecido durante todo ese tiempo.
Caballerósamente le obsequié otra naranja esperando volverla a ver, un comentario imprudente que la sonrojó inquieta, esperando no ofenderla le pedí disculpas por mi imprudencia. Ello no mudó el rostro molesto de la tía Eduviguis, que más tarde me increpó como el muchacho impertinente, sin embargo ella me consintió en un encuentro por la noche con Constanza. Sería una grata conversación en Miraflores frente a la Plaza Neptuno. Prometí esperarla con más naranjas dulces de mi pueblo natal.
aguardé la noche y tras el asomo del atardecer un estremecimiento recorrió mi cuerpo, "la anciedad de verla nuevamente, me pone como un chiquillo" , reía.
Una vez que las estrellas se asomaron para ser nuestros testigos, me ví con ella y mientras caminabamos por la calle Miraflores conversabamos de temas intelectuales. Cave señalar que además de ser una joven elegante y agraciada, nuestras pláticas ostentaban de una intelectualidad que jamás esperé que se aliara con la elite a la que pertenecía, encanto de dicha joven dama no tenía comparación. Acostumbrado a la vida simple y esforzada del campo de mi pueblo nortino, que era tan escaso en recursos, tanto de la siembra cuyas exigencias mataban el tiempo del campesino ; como del hombre que cavaba en las rocosas entrañas de la tierra para ganarse la vida.
Semejante vida asfixiaba el intelecto y si bien no eran escasas la juventud en mi pueblo natal, yo era el único que usaba la cabeza para pensar.
Nuestra platica se tornaban superficiales ocultando las intenciones de nuestros corazones. Semejantes a niños jugando a las escondidas tratabamos de atrapar nuestras miradas.
Sin embargo todo se volvió a un infernal barranco al replicar las campanas de la catedral anunciando la medianoche, un terrible escalofrio de muerte nos estremeció. Algo desconocido y horrible comenzó a sucedernos fue en ese instante , cuando comprendí todo fue como si una sombra arcana de la muerte recorriendo mi sangre, galopando como jjinete apocalíptico hasta mi cerebro. Cuando vi la muerte envolviendo el cuerpo de Constanza en un espantoso dolor mi voz no emitió sonido alguno. Pero ví devanecerse la vida de su belleza entre arbustos y hojas que brotaban de su fragil cuerpo. Cuando ese dolor, esa maldición llegó a mi mano , lo sentí. por todos los Santos del Cielo, lo sentí , una voz desde mi interior que rugía mi nombre hasta ensordecermey un dolor en mi brazo que erna tales que podría enloquecer al más raudo militar. Corrí gritando mi espantoso dolor y arrastrado, por una fuerza superior a mi voluntad de sobrevivir, llegue hasta un cerro arremolinado en arbustos que ahogaba la antigua fortaleza española.
El dramático descenlace se dejó caer cobre uno de los costados del cerro donde el tronco de un viejo árbol había sido talado dejando tan sólo la base enraizada a la tierra. Cuando me hube frente a esto , mi mano derecha en el cual radicaba el origen de mi enloquecedor tormento, asomó en la escasa luz , la razón que en inhumana forma me anunciara el destino que me esperaba, el por que de mi presencia aquí. Músculos tejido , piel y tal vez huesos se habían tornado en retorcida corteza de árbol y estas continuaban su crecimiento su extensión fracturando mis huesos, tanto hacia la moribunda raíz de ese árbol talado como a mi antebrazo , amenazando con enredaderas que serpenteaban vivientes hacia mi hombro.
no puedo ostentar de valentía de soldado, no la tengo ni tampoco de una voluntad de hierro, ya que siempre fui protegido por mi familia, así que sólo puedo congeturar lo sucedido después. Tomé, en mi enceguecida locura de entre una oscuridad de arbustos y noche , la llave que salvó mi vida, un hacha. En un encarnizado acto amputé mi enfermo brazo propinandole cortadas múltiples . La primera fue increíblemente dolorosa, tardé en cobrar valor para la segunda, la que siguió dió a algo aún humano por que bañó mi rostro en sangre, y entre mis gritos, la tercera dió al hueso , lo que casi me arroja a la inconciencia , la cuarta flagelación fue fácil , fue hecha por la locura enagenada y presumiblemente animal. La quinta que me separó de mi brazo puedo decir que fue casi indolora , comprado con el alivio.

Dos vigilantes uniformados que oyeron mis gritos atestiguaron que estaba "peleando con fantasmas" , cortando el aire y de paso algunas ramas de árboles. Mi brazo amputado y mi estado de demencia evitaron la querella por daños a la propiedad del municipio. Atendido apropiadamente, tarde cuatro eternos años en recuperarme , cuatro eternos años de salvajes, y puedo agregar , infrahumanos tratamientos psiquiátricos puede determinar que todo ello se trató de una horrible pesadilla, originada por algún lapso de demencia desconocido e incomprensible, o tal véz , simplemente a un estado de descomposición de la frutas consumida, esto último difícil de comprobar , ya que no quedaron restos de ella.
Tras esa larga recuperación , me recuperé y pude retomar mis estudios en la carrera de derecho para, posteriormente, graduarme con honores.

Pero yo sé que la razón que lo trajo a usted hasta este recondita parte de nuestro país fue aquello que usted encontr ó en Santiago, en el cerro Santa Lucía, en uno de los árboles que distan con la avenida Alameda , que hoy llaman General Libertador Bernardo O`higgins, ¿verdad?.

Bueno, no tengo nada más que agregar , su expresión me lo corrobora. Este es mi testimonio acerca de aquellos hechos acontecidos hace años. Déje el pasado en paz , es todo lo que le puedo legar, deje la naturaleza en paz, aunque ésta no le plazca con belleza es todo lo que le puedo legar en este mi testimonio, el de un abogado manco.

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